DEPRESIÓN: la enfermedad de los millennials

Vivimos en una sociedad que nos empuja a padecer depresión. Cada vez son más los jóvenes que tienen este trastorno. A comparación de los jóvenes de décadas pasadas, la sociedad de este período se está cargando a los de nuestra generación. Los famosos “millennials” están en crisis, viven en crisis. Y es que no es un momento fácil. Ninguno lo es, y se que ha habido épocas mucho peores. Pero porque otra época fuera peor no hay que descuidar lo que está pasando ahora, ya que también es grave.

Resulta, que para avanzar en el desarrollo humano buscamos que todo sea más cómodo y más rápido que antes. Eso significa que para evolucionar, hay que encontrar maneras de reducir el tiempo que nos lleva hacer las cosas. Todo: Recibir una carta, viajar a otro país, cocinar, leer, aprender un idioma, bajar de peso, hacer la compra, construir una casa…. Cualquiera que invente algo que consiga reducir el tiempo y el esfuerzo que hay que invertir para hacer todas esas cosa triunfará de inmediato.

Así han ido desarrollándose las tecnologías. Y la verdad que está muy bien para todo lo que tenga que ver con el sector servicios (transporte y movilidad, trámites burocráticos, correspondencia, actividades de ocio, etc) Pero el avance de la tecnología está suponiendo a la vez el retraso de la humanidad. De lo que es esencialmente humano.

Hablo de lo que le es inherente al ser humano de por sí: desarrollarse personalmente, construir relaciones, aprender a compartir, a amar, a escuchar, aprender a vivir, aprender a morir… todo eso está involucionando gracias al desarrollo de las tecnologías, en concreto, al desarrollo de los teléfonos móviles y el internet.

Estos dispositivos hacen que vivamos por y para el exterior, para proyectar una imagen de éxito constante. Nos han enseñado que tenemos que ser fuertes, y luchar por conseguir lo que queremos, y que si hacemos eso, triunfaremos. Y que además, tiene que ser rápido, porque tenemos la fantasía de que se “nos acaba el tiempo”. Vivimos en la era de la inmediatez. Nos venden que lo inmediato es lo mejor, porque a nadie le gusta esperar, no nos han enseñado a esperar. Si queremos conseguir algo entramos en internet y ya lo tenemos. Puedes transmitir en vivo lo que estás haciendo y todos pueden verlo, te ven en ese mismo momento, ya ni hay que esperar a que mandes el video por mail o por whats up. ¿Quieres ligar? Tienes cientos de aplicaciones en la que en el mismo día puedes tener sexo con alguien, ¿Quieres adelgazar? Hay ciento de dietas relámpago y pastillas con las que bajas 10 kilos en una semana. ¿Quieres ver una película? Ya no tienes que esperar a que esté en el cine, la ves online. ¿Quieres comer? Tienes aplicaciones de restaurantes y supermercados que te traen la comida al instante. ¿Quieres saber cómo serán tus hijos? Hay una aplicación que te lo enseña. Y así con todo.

El problema es que nosotros también caemos en ese vicio de la inmediatez y ya no podemos tener paciencia para nada. No siempre es verdad que si te esfuerzas y luchas por tus sueños los conseguirás, a veces uno se esfuerza mucho y no consigue lo que quiere, aunque haya dado lo mejor de sí. Esa es la realidad que no estamos preparados para afrontar, tenemos intolerancia al fracaso. Y tampoco estamos entrenados en tener paciencia. Queremos que nuestro éxito laboral, familiar o personal se descargue como una app que instalamos y usamos al instante. Y las relaciones no se forman de un día para otro, ni a través de una pantalla; aquellos con los que mejor nos llevamos son con los que hemos vivido experiencias, hemos visto sufrir y reír, y los hemos mirado directamente a los ojos. El éxito tampoco se construye en un año, es un proceso que lleva más tiempo, porque implica conocerte, saber cuáles son tus herramientas y cómo las puedes usar, conlleva equivocarte de camino y empezar de cero varias veces en un camino nuevo; así es como vas encontrando tu pasión, tu vocación, y vas descubriendo lo que quieres.

Y ese es el problema de nuestra generación, que no sabemos lo que queremos. En esta era tan cargada de información y de tanta oferta a nuestro alrededor, no sabemos lo que queremos. Ni lo que nos hace realmente felices. Porque tenemos tanto, que nunca hemos experimentado la carencia ni hemos estado con nosotros mismos para preguntarnos qué queremos. Nuestro padres, gracias a dios, no nos han dejado “sufrir” de esa manera, pero eso ha hecho que seamos caprichosos y estemos perdidos. Nos han criado en un camino de comodidad y entre algodones, siempre cayendo en blandito, así que no sabemos qué significa realmente perder algo, porque nunca nos faltó nada.

Uno valora el calor, cuando ha tenido frío. Uno sabe lo que es la alegría cuando ha sentido la tristeza. Si nunca hemos experimentado la carencia, no podemos disfrutar de la abundancia. No es nuestra culpa, no es culpa de nuestros padres, no es culpa de nadie. Simplemente nos ha tocado vivir así.

Por lo tanto sólo sabemos lo que oímos y lo que vemos. Y por eso sabemos que tener dinero es lo que quieren todos, que tener familia es lo que quieren todos, que tener éxito laboral es el sueño dorado de todas las personas del planeta. Pero no sabemos si eso es lo que nosotros queremos, ni siquiera sabemos lo que sentimos hacia eso que vemos y escuchamos. Porque no nos hemos dado el tiempo de crear un vinculo con nosotros mismos, sólo con el exterior. No tenemos una educación en inteligencia emocional que no ayude en el proceso de sentirnos perdidos. No tenemos la paciencia para avanzar lento, porque vivimos con prisa. Estudias, te gradúas, consigues trabajo, tienes pareja y familia, y ya no haces nada hasta que te mueras. Todo en ese orden y todo antes de los 40., si no, ya eres viejo, si no, ya será más difícil empezar algo de cero, nadie te tendrá en cuenta, porque eres como un celular viejo, que duró dos años y ya no sirve porque salió otro nuevo al mercado.

Eso es lo que nos pasa a los de 30’s, entramos en crisis porque cuando supuestamente ya deberíamos estar en el buen camino del éxito, nos encontramos con que tenemos un trabajo que no nos gusta, o sí nos gusta pero no nos da para vivir, tal vez tengamos pareja o no, pero no tenemos hijos y no sabemos cuándo los podremos tener, no tenemos casa, vivimos de alquiler, o con suerte nuestros padres nos compraron una, y eso nos da una falsa seguridad de que todo irá bien, nos da algo a lo que aferrarnos. Pero no sabemos lo que queremos hacer con nuestra vida, no sabemos qué camino elegir, no sabemos si arriesgarnos por aquello que nos motiva porque “ya es demasiado tarde”, tenemos treinta y… y ya somos maduros. Pero lo que sí sabemos es que si seguimos así no vamos a terminar bien, (emocionalmente hablando), llevaremos una vida rutinaria, aferrados a aquello que nos da un poquito de seguridad.

Y para salir de ese sentimiento de vacío algunos beben, otros se drogan, otros buscan experiencias intensas, para darse cuenta de que se alivian por un momento pero la euforia no durará mucho, y el golpe de después es peor. Nos estancamos y llega un punto que no sabemos para donde ir ni qué hacer, y los días van pasando mientras sientes que todos avanzan menos tú. Ves a tu alrededor y te das cuenta de que varios están como tú, sienten lo que tú sientes, y no te sientes tan raro, piensas que es un mal de muchos. Y eso tampoco te consuela.

Algunos no se hunden y logran desapegarse de aquello que “debería ser” y emprenden algo nuevo, se arriesgan y ponen un negocio, estudian un diplomado o cambian de país para empezar de cero. Otros sin embargo, caen en una profunda depresión, se sumergen en un mar de confusión y tristeza en la que sólo ven un futuro oscuro, o no ven futuro alguno. La crisis existencial que te da es potente, y se sufre, se sufre mucho. Es muy difícil salir de ahí sin ayuda.

(Que locura… cada vez que lo pienso me pongo mal… a los 40 recién estamos en la mitad de nuestra vida, nos queda toda otra mitad para hacer cosas nuevas. No deberíamos estar con esa presión social)

Así que mi mensaje, para todos los de nuestra generación, es que no nos apeguemos a nuestros miedos, al miedo de no saber qué pasará, qué haremos con nuestra vida o qué será de nosotros. Nada es tan grave. Ni hay prisa. Tenemos toda la vida para descubrir lo que queremos y para descubrir a qué vinimos a este mundo. Busca dentro de ti, invierte en conocerte, desarrollarte y amarte, esas son las tres cosas que durarán para siempre y que te harán falta llegado el momento. Y, si estás muy mal, pide ayuda. No hay nada de vergonzoso en pedir ayuda, y los de nuestra generación, afortunadamente siempre tendremos a alguien que esté dispuesto a ayudarnos. ¿Qué más se puede pedir?

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Os dejo un cuento sufí, que a mi me gusta mucho, como última reflexión.

Le preguntaron a un  sabio: ¿quién te guió en el Camino?
El sabio contestó: un perro. Un día lo encontré casi muerto de sed a la orilla del río. Cada vez que veía su imagen en el agua, se asustaba y se alejaba creyendo que era otro perro. Finalmente, fue tal su necesidad que, venciendo su miedo se arrojó al agua, y entonces «el otro perro» se esfumó.
El perro descubrió que el obstáculo era él mismo y la barrera que lo separaba de lo que buscaba había desaparecido.
De esta misma manera, mi propio obstáculo desapareció cuando comprendí que «mi yo» era ese obstáculo. Fue la conducta de un perro la que me señaló por primera vez el Camino.

 

 


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